Volver a empezar by firstamazon
Fanwork Notes
Escribí esto porque las Musas no me dejaban en paz. Querían porque querían que estos dos se involucraran en Español. Así que sólo obedezco a su voluntad caprichosa.
Esta historia fue escrita íntegramente teniendo a Depedro como banda sonora - el título, de hecho, viene de la canción Tu Mediodía.
La inclusión del Palantír en esta historia fue tomada de la magnifica The Revolutionary and the Usurper, de Encairion.
- Fanwork Information
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Summary:
Fëanáro era Rey. Nolofinwë lo había aceptado mucho antes del asesinato de su padre.
Major Characters: Fëanor, Fingolfin
Major Relationships: Fëanor & Fingolfin, Fëanor/Fingolfin
Challenges:
Rating: Adult
Warnings: Expletive Language, Incest, Sexual Content (Graphic)
Chapters: 1 Word Count: 4, 523 Posted on 21 November 2023 Updated on 21 November 2023 This fanwork is complete.
Volver a empezar
No soy, como se notará, nativa en Español, aunque a mi se me dá relativamente fácil. Así que si hay algún error gramatical, por favor, decídmelo y os lo agradeceré.
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Fëanáro era Rey.
Nolofinwë lo había aceptado mucho antes del asesinato de su padre. Lo había aceptado antes, incluso, cuando Fëanáro le puso la espada al cuello y le amenazó con la misma muerte que Melkor había infligido a Finwë.
Ya lo había aceptado cuando juró las palabras que lo habían guiado desde su nacimiento: tú lidiarás y yo te seguiré.
Así que cuando Fëanáro exigió saber qué hacía él siguiéndole hasta los confines de Araman, Nolofinwë simplemente sonrió. Si Fëanáro no adivinaba la respuesta hasta ahora, Nolofinwë tampoco se dignaría a dársela masticada como a un bebé. Si Fëanáro cuestionaba aún su lealtad, Nolofinwë no se rebajaría al punto de declararse abiertamente al hermano que desde siempre había rechazado su amor.
Cuando Nolofinwë recibió la misiva del Rey demandando su presencia, Nolofinwë frunció el ceño, amasando el pergamino entre sus manos. ¿Qué querrá ahora? se preguntó. Sea como fuese, no se rechazaba la orden del Supremo Rey – mucho menos si ése era Fëanáro. Sea como fuese, su hermano no hubiera aceptado ser contrariado.
Así que Nolofinwë compareció a la tienda real a la hora señalada. Fue recibido por un guardia que le acompañó al entrar. Fëanáro estaba sentado en su mesa delante de mapas detallados de varias regiones de Valinor, bocetos de proyectos inacabados – en su mayoría armas – cuadernos de apuntes y otros detalles que siempre llenaban las mesas de trabajo de su medio hermano.
“El príncipe Nolofinwë, señor,” el guardia anunció y se dio la vuelta, sin siquiera esperar por una respuesta.
Nolofinwë estuvo un buen rato parado, de pie, cerca del umbral, aguardando a que su hermano alzara la vista de lo que estaba escribiendo, la caligrafía fluida y perfecta. Fëanáro tenía tantos dones como era tozudo, y Nolofinwë respiró hondo varias veces, controlando su creciente irritación.
Cuando Fëanáro por fin se quedó a gusto, se reclinó en su silla y sopló la tinta del pergamino con esmero. Entonces, levantó la cabeza y le miró a los ojos, echando rápidamente un vistazo a su atuendo de dormir: camisa y pantalones sueltos por debajo del abrigo de pieles – en los confines de Aman, el viento helado que soplaba del Norte cortaba como un cuchillo.
“Has venido,” dijo por fin.
Nolofinwë suspiró. “¡Qué remedio!.”
Fëanáro dio una sonrisita pedante y cruzó una pierna sobre la otra. Más engreído imposible – y más hermoso que nunca. La realeza le sentaba bien, aunque era un Rey demasiado insensato para el gusto de la mayoría de los Noldor – Nolofinwë incluído. Pero le sentaba bien igualmente, y el cabrón lo sabía.
“¿No me vas a preguntar por qué te he llamado aquí a estas horas de la… supuesta noche?” Era difícil contar el tiempo sin la luz de los Árboles que los guiara.
Nolofinwë contuvo el aliento y exhaló despacio, contando hasta diez mentalmente. Fëanáro lo observaba atentamente con sus brillantes ojos de plata, la sonrisita aún puesta.
“Supuse que no había que cuestionar las decisiones del Rey – así me lo dijiste la última vez que nos reunimos.”
“Así es,” respondió con una amplia sonrisa, satisfecho.
Fëanáro se calló y, distraídamente, empezó a ojear los papeles desordenados. Largos minutos pasaron, hasta que la paciencia de Nolofinwë estuvo a punto de agotarse.
“¿Y, bueno? Me vas a tener aquí de pie mientras lees? ¿O es que realmente te puedo ser útil?”
Fëanáro bajó los papeles. “Ah, me alegro que lo preguntes. Sí que me puedes ser útil, aunque es necesario comprobar si te va a gustar lo que te propondré.”
La ira le subió de golpe a Nolofinwë, pero él la contuvo con mano de hierro, cerrando los puños a los lados del cuerpo.
“Déjate de juegos y dime lo que quieres, Fëanáro,” dijo con voz baja y amenazadora.
Fëanáro le estuvo mirando un rato más, como si decidiera sus próximas palabras – o evaluando el valor de Nolofinwë, como siempre. Decidido, se levantó y se dirigió hacia el final de la tienda, apartando la tela de seda roja que separaba los dos aposentos improvisados y desapareciendo dentro de la alcoba.
Esta vez, Nolofinwë no se calló el quejido de irritación que las acciones misteriosas del Supremo Rey le causaban. Sin saber si debería seguirlo o no, Nolofinwë vaciló delante de la tela. Como Fëanáro no le daba ninguna señal de lo que quería, Nolofinwë decidió por los dos: pasó adelante, ¡y a la mierda con el misterio!
Cuando entró, se sorprendió al ver a su medio hermano espachurrado en un sillón delante de la chimenea. Se había quitado la vestidura de Rey y se quedaba con la de herrero: una camisa de lino blanca casi transparente – pero extremadamente bien hecha – y unos pantalones que, de tan gastados, habían perdido el color negro y parecían grisáceos.
Fëanáro le apuntó al otro sillón al lado suyo con la cabeza, indicando, sin palabras, que Nolofinwë tomara asiento. Nolofinwë percibió el aura melancólica que rodeaba a su medio hermano y bajó la mirada, aprensivo. Recelaba que la locura que le había consumido tras el asesinato de Finwë volviese a cualquier momento. Así que se sentó sin contestar, mirando al otro atentamente. Estaban tan cerca que casi rozaban sus rodillas. Nolofinwë encogió las piernas para darle más espacio a Fëanáro – no fuese a ser que su hermano viese en su postura cualquier indicativo de enfrentamiento.
Fëanáro tenía una copa de vino llena en la mano y, al ver que Nolofinwë se había unido, cogió otra copa que estaba a un lado, encima de una mesita de cristal exquisitamente tallada, vertió vino rojo – oscuro como la sangre – y se lo dio a Nolofinwë, que lo aceptó, asintiendo con la cabeza en agradecimiento.
Bebieron en silencio por algunos minutos, Fëanáro estuvo quieto, la mirada fija en un punto en el suelo – la alfombra era preciosa, probablemente el trabajo de uno de los gemelos. Al cabo de un rato, Fëanáro alzó la mirada lentamente, parpadeando despacio, como quien se despierta de un sueño. Sus ojos chispeaban en la penumbra, y Nolofinwë contuvo el aliento – era difícil sostener aquella mirada, pero levantó el mentón en desafío.
“Quítate el abrigo. Hace calor aquí,” Fëanáro comentó con una voz rara, y si Nolofinwë no le conociera bien, diría que con un tono casi… suplicante.
Pero eso era imposible. Así que Nolofinwë no se dejó engañar por sus fantasías idiotas.
“No sé cuándo me vas a echar, así que no me molesté.” Su voz era fría como el viento que soplaba fuera, y Fëanáro abrió los ojos con sorpresa. Como si el comentario le hubiese dolido.
¡Vamos! ¿A qué estaba jugando su hermano ahora? Nolofinwë simplemente levantó las cejas como quien pregunta: ¿estoy equivocado? y su medio hermano resopló, una sonrisa amarga tirando sus labios hacia arriba.
“Quítatelo. No te voy a echar.” De nuevo ese tono… calmado. Conciliador. Pero Nolofinwë no se movió. “Venga, vamos, no es para tanto.” Y, con eso, se levantó, poniéndose delante de él y haciendo un gesto para que se levantara también.
De ceño ligeramente fruncido, Nolofinwë se levantó despacio y miró a Fëanáro desde arriba. Su alta estatura era una de las pocas ventajas físicas que tenía sobre el otro. Fëanáro no se preocupó en plantarle cara. Simplemente ayudó a Nolofinwë a quitarse el abrigo enorme y dio la vuelta al sillón, para colgarlo en un gancho detrás de la puerta. Volvió a su sitio y se sentó nuevamente como si nada, dejando a un atontado Nolofinwë de pie, mirando a su hermano como si lo viese por primera vez.
Aún sin entender el súbito cambio en el humor del otro, Nolofinwë se volvió a sentar, decidiendo que era mejor no saberlo. Si Fëanáro estaba contento y amigable, lo mejor sería disfrutar de tan raro momento – aunque Nolofinwë no se dejaría llevar. Eso era impensable.
Los dos estuvieron sentados un buen tiempo, bebiendo de sus copas en pequeños sorbos – un silencio casi agradable entre ellos. De vez en cuando, Nolofinwë le miraba de soslayo, y se sorprendía de que sus ojos se encontraran. Parpadeaba, desconcertado, y apartaba la mirada, sin comprender qué es lo que le fascinaba a su hermano para que lo mirara de forma tan intensa.
Siguieron persiguiendo la mirada del otro, hasta que sus copas se vaciaron una y otra vez. Acabada la botella, Nolofinwë hizo como quien se iba a levantar.
“Bueno, supongo que mi utilidad se acabó.”
Fëanáro le miró entonces con ojos febriles y sedientos – Nolofinwë no sabía de qué – y se levantó prontamente, yendo hasta un pequeño armario.
“Tengo otra botella.”Nolofinwë abrió la boca para hablar, pero Fëanáro le echó una mirada por encima del hombro que marchitó las palabras en la punta de su lengua – el rechazo a la invitación, tan extraña como inusitada. Su hermano parecía desesperado, los ojos de plata ardiendo con un fuego que le quemaba por dentro – el fuego de la locura que había encendido Morgoth, y no había Valar que lo pudiese apagar.
(Bueno, sí que había uno. Si Morgoth cayese muerto como un pájaro abatido, quizás Fëanáro se diese por contento y pondría fin a esa locura de Juramento).
“¡Venga, otra botella! ¿Cuánto tiempo hace desde que estuvimos así, tú y yo solos, sin la interferencia de nadie?”
Nunca, era la respuesta, pero Nolofinwë no tenía coraje de decírselo. Fëanáro se aproximó a pasos largos, la botella en manos, y él pudo ver como la garganta de Fëanáro tragaba en seco una angustia que Nolofinwë no sabía nombrar.
Ante tal comportamiento, no había otra cosa que hacer. Se sentó nuevamente, porque nunca dejaría a su alocado hermano a solas con sus pensamientos, y extendió su vaso. Mientras Fëanáro le llenaba la copa hasta casi el borde, Nolofinwë consideró llamar a Maitimo, el único que podía razonar con Fëanáro en los momentos de crisis. Pero Fëanáro le sonrió – una sonrisa amplia y desinhibida, como tan pocas veces le había visto – y Nolofinwë descartó la idea en seguida.
Fëanáro le quería a él. ¿Y no era esa la atención que había deseado desde que era un chiquillo en pañales?
Así que, cuando sus miradas se volvieron a encontrar, Nolofinwë le devolvió la sonrisa – tensa, sospechosa aún, pero una sonrisa de todas formas. Y la boca de Fëanáro se abrió en una risa gozosa y relajada, aunque tuviera un rasgo de locura en el fondo. Los dientes blancos y rectos despuntaban bajo los labios rojos y carnosos, medio manchados del vino – el fruto prohibido de sus fantasías más oscuras. Su boca era hermosa, como todo el resto de su cuerpo. Fëanáro tenía una complexión perfecta. Parecía que Ilúvatar le había moldeado para servir de ejemplo a los demás. El más bello, más fuerte y más inteligente de todos los Eldar.
Pero Nolofinwë sabía que tenía una o dos cualidades que le faltaban a su medio hermano, y una de ellas era el autocontrol. Nolofinwë se enorgullecía de saber cuando era el momento de callar y salir de escena y cuando era el momento de pelear.
Sin embargo, al ver a Fëanáro en tan buena disposición, no sabía exactamente qué hacer. Así que siguió su intuición y permaneció callado mientras bebía despacio de su copa. Fëanáro, al contrario, daba largos sorbos, la mirada ardiente perforando su frente. Hasta el momento que Nolofinwë no aguantó más el peso de esos ojos de plata incandescente.
“Fëanáro, yo-”
“¿Cómo están los suministros entre los tuyos? ¿Tenéis suficientes caballos?”
Nolofinwë sintió el arrugar de su entrecejo en profundos pliegues.
“Estamos…bien. Hay caballos para todos los príncipes y principales señores.”
“¿Y comida? ¿Abrigos?”
Nolofinwë, aún frunciendo, respondió con voz inalterada. “Si el frío sigue así, probablemente tendremos escasez de ambas cosas.”
“El frío seguirá así,” Fëanáro dijo, sombríamente. Había sido uno de los pocos Eldar que viajó a los confines de Aman, y conocía la isla como pocos. “Araman es un desierto helado, y no hay cruce por tierra sino sobre el hielo.”
“Eso sería un suicidio,” Nolofinwë contestó de pronto. “Nuestras huestes no sobrevivirán una travesía como esa. Somos demasiados.”
Fëanáro se mordió el labio inferior, pensativo. “Sí. Somos demasiados.”
Nolofinwë lo observó en silencio, receloso. “¿Y los barcos?” preguntó, no pudiendo esconder el disgusto. Sabía que ese botín había sido conseguido bajo un precio demasiado alto.
“Pequeños. Y pocos de nosotros sabemos conducirlos.”
Nolofinwë apretó los dientes como la rabia que le apretó dentro del pecho. “Bueno, habría que haber pensado en eso antes de asesinarlos a todos.”
Los ojos de Fëanáro estallaron en furia, pero Nolofinwë no se arrepentía de sus palabras. Alguien tenía que decírselo, y él no le tenía miedo a su medio hermano.
“No permito a nadie que conteste mis decisiones, hermanito,” rugió, llenando la última palabra con desprecio y sarcasmo.
“Pues entonces es hora de que me vaya.” Nolofinwë se inclinó hacia adelante enseñando los dientes, rabioso, las uñas hundiéndose en los brazos de cuero suave. “Hasta ahora no sé por qué cojones me has invitado, Fëanáro, pero la verdad es que estoy harto de tus juegos.” Se levantó con tanto ímpetu que empujó el sillón hacia atrás unos centímetros, y se dirigió a la tela de seda sin decir otra palabra.
Antes de que pudiese pasar por la divisoria, Fëanáro le agarró del brazo y tiró, y su hombro chocó contra el pecho de su medio hermano.
“Insultas a tu Rey y piensas salir sin mi permiso,” Fëanáro dijo entre dientes, sus manos cerradas en el músculo de Nolofinwë como pinzas de hierro. “Estás olvidando con quien hablas.”
Nolofinwë quiso reír, pero contuvo la histeria. Fëanáro nunca le había pedido que se quedara tras una discusión. Eso tenía que valer para algo. Fëanáro mordía el interior de su boca con tanta fuerza que seguramente se haría daño. Parecía que estaba intentando contener sus emociones, y Nolofinwë estuvo a punto de felicitarle por el esfuerzo.
Pero no sabía exactamente qué pensar. Había amado a su hermano – o mejor, le había idolatrado de pequeño – y el ansia por tener su aprobación y ganar la atención que Fëanáro dedicaba a otras personas, menos a él, fue uno de los grandes motivadores de su vida académica. Nolofinwë quería probar, a todo coste, que era digno de su atención.
“Todo lo contrario,” Nolofinwë devolvió tirando de su brazo y liberándose del enganche. Sus pechos se tocaron, y su ligera diferencia de altura le permitió mirarlo con superioridad. “Tú nunca me permitirías olvidarlo. Usurpador: ¿No es así como me llamaste?”
Fëanáro enseñó los dientes como una fiera. “Eso fue antes,” rugió enfurecido. “Ahora estás aquí porque así lo he querido.”
Los ojos de Fëanáro brillaron con tanta intensidad que el corazón de Nolofinwë casi le vino a la boca. Sus rostros se habían aproximado, y podía oler el aliento de vino y especias, podía sentir el calor casi insoportable que la piel de Fëanáro irradiaba como si estuviera encendida por dentro. Su cuerpo le traicionó por primera vez aquella noche, pues respondió a la proximidad con un subidón ciego de calor que le aflojó las rodillas y por poco no tuvo que sostenerse en los hombros fuertes del herrero.
Cuando se dio cuenta de lo que hacía, percibió que tenía los ojos clavados en los labios de Fëanáro, los pensamientos fijos en una sola cosa: besarlo hasta que perdiese la sensatez, devorar aquel aliento que le quemaba la cordura y le rompía el corazón. Tragó en seco e hizo un esfuerzo descomunal para alejarse de su medio hermano. Él no podía saber nunca de esa mancha negra que le corroía el alma; ese deseo prohibido, pecaminoso, eran meras fantasías de alguien cuya mente era producto del Arda Dañada. Era locura querer poseer al Espíritu de Fuego – tan loco como querer matar a un Vala.
Nolofinwë cerró los ojos y respiró hondo, apretando los puños con fuerza para impedirse a sí mismo de algo que se arrepentiría después, pues Fëanáro nunca le permitiría tocarlo de esa manera. Su medio hermano nunca había dado muestras de compartir la misma podredumbre de Nolofinwë. Si estaba roto por dentro, era culpa de su infancia estropeada por los excesos de un padre y la ausencia de una madre.
Cuando abrió los ojos nuevamente, Fëanáro le miraba con una expresión confundida, el ceño fruncido, buscando en el rostro de Nolofinwë por una explicación. Nolofinwë tragó en seco el nudo que tenía en la garganta y pasó al lado de su hermano, sus hombros chocándose ligeramente, para volver a sentarse en el sillón. Se dejó caer con un suspiro mixto de alivio y dolor – había conseguido mantener su control, pero ¿a qué precio? ¿Cuánto más se le desgarraría el fëar de tanto negar su más íntimo deseo?
Fëanáro volvió a su lugar despacio, y Nolofinwë estaba tan absorto en sus emociones que no se dio cuenta de lo circunspecto que se había vuelto su medio hermano en el espacio de algunos minutos.
Si antes el aire estaba cargado, ahora era imposible disipar la tensión en sus hombros. Nolofinwë intentó relajarse, pero cuánto más intentaba, más era consciente de que tenía todo el cuerpo rígido como una estatua de mármol. Y la mirada intensa de su medio hermano, que no le dejó por un segundo desde que volvieron a sus lugares, no ayudaba en nada. Todo su cuerpo pulsaba, y la sangre que ardía en sus venas le llenaba la verga a cada segundo que pasaba bajo el escrutinio de los ojos fieros de Fëanáro.
Era como si supiese la reacción que causaba y estaba poniéndole a prueba. Como si hubiese escuchado sus pensamientos, Fëanáro lentamente se quitó los zapatos ligeros y, sin desviar la mirada, puso un pie desnudo en la rodilla de Nolofinwë – que se sorprendió, prendió la respiración, pero permaneció inamovible.
Su silencio fue un permiso: Fëanáro empezó a recoger el muslo aún más despacio con el pie, testeando las pequeñas reacciones que provocaba, hasta que paró justo en la entrepierna, los ojos chispeando, peligrosos. La respiración de Nolofinwë estaba entrecortada, y su corazón latía alto y rápido, incrédulo. No era posible que Fëanáro correspondiese su pasión… ¿o sí? La mera idea hizo con que su cuerpo pulsase aún más fuerte, y tuvo que cerrar el puño para evitar tocarse de modo indecente.
Si eso era un test, Nolofinwë estaba fallando magistralmente.
Fue entonces que Fëanáro hizo lo impensable, y le robó el aire por completo: su pie le cubrió el miembro, que se enrigideció a punto de casi romperse. Nolofinwë no fue capaz de controlar el placer que el movimiento le proporcionó. Un gemido ahogado se le escapó por entre los dientes apretados. Creyó, entonces, que la vergüenza le iba a sofocar – no era más capaz de negar el deseo que le flagelaba.
Pero la expresión Fëanáro no contenían reproche ni disgusto. Su boca no estaba curvada en esa odiosa sonrisa sarcástica y cruel que muchas veces le había traído lágrimas de humillación. Todo lo contrario. El pecho de Fëanáro subía y bajaba rápido, como si hubiese corrido un maratón de Tulkas. Y sus ojos… ¡Ah! Sus ojos de plata ardían con el mismo fuego que le recorría la espalda, y Nolofinwë jadeó, entregándose a las caricias enloquecedoras a la vez que dejaba caer su cabeza hacia atrás.
Demasiado pronto Fëanáro interrumpió los movimientos de su pie. Pero antes que Nolofinwë pudiese volver a sí tomado de arrepentimientos, su medio hermano se levantó y, con un movimiento fluido, deliberadamente demorado – como quien pide permiso – se sentó sobre sus muslos, una pierna de cada lado. Entonces Nolofinwë pudo ver la prueba inconfundible de que no estaba perdiendo la razón.
La verga dura de Fëanáro despuntaba por debajo de los pantalones ligeros, y Nolofinwë pensó que, si no la tocaba, se iba a morir. Despacio, como si se tratara de un animal asustadizo, Nolofinwë deslizó una mano sobre un muslo firme, la mirada fija en su medio hermano. Los ojos de Fëanáro brillaban como el mithril, la lujuria trasbordando de la pupila negra casi escondiendo del todo las iris plateadas.
Los dedos de Nolofinwë siguieron subiendo hasta que las yemas rozaron la erección de Fëanáro, que prendió el aliento. Sus caderas se movieron hacia adelante, indicando que continuara. Nolofinwë no dudó una segunda vez, y su mano se cerró sobre la verga de su medio hermano, apretándola ligeramente. Fëanáro jadeó, frotándose contra la mano de modo inverecundo, deliciosamente deshinibido. Eso fue lo suficiente para volverlo loco.
Nolofinwë agarró las nalgas de Fëanáro, apretándolas con fuerza, y lo trajo hacia sí con un movimiento posesivo. El encuentro de sus vergas duras le arrancó un gemido profundo, repetido por Fëanáro. Nolofinwë, ya olvidado de cualquier vergüenza o sentido de honor, agarró Fëanáro por la nuca con la otra mano, e hizo presión para bajo. Fëanáro se abalanzó sobre él como un león, sus bocas chocándose con violencia y pasión.
La verga de Fëanáro pulsó en su mano cuando sus lenguas se tocaron, y Nolofinwë sintió las primeras gotas de semen mojando su ropa interior. El mundo exterior ya no importaba. Todo lo que quería estaba aquí, entre sus brazos, tirándolo del pelo para que echara la cabeza hacia atrás y expusiera su garganta. Los dientes rozaron y mordieron, la lengua lamió la carne expuesta, vulnerable – el mismo punto que antes había sido amenazado por la punta de una espada ahora era el foco de la atención de Fëanáro, que le chupaba como si lo hubiera anhelado toda la vida.
Con manos torpes e impacientes, Nolofinwë deshizo los nudos del pantalón y sacó la verga de su medio hermano para fuera, masageándola, arriba y abajo, en movimientos continuos. Estuvo a punto de correrse con la visión de Fëanáro cerrando los ojos, completamente ido, empujando su verga más fondo en el puño de Nolofinwë y gimiendo ahogadamente. No se importaba en correrse sin que le tocaran. Tener a Fëanáro así era más de lo que jamás hubiera podido imaginar.
Pero percibiendo sus pensamientos, Fëanáro rápidamente metió la mano dentro del pantalón de Nolofinwë y le apretó con tal ímpetu que un grito de placer se le escapó. Fëanáro se acercó más de modo que pudo agarrar las dos vergas con una mano fuerte y callosa. Sus voces se alzaron juntas en gritos que llenaron la tienda, y Fëanáro parecía no importarse si alguien les escucharía o no. Al final, la sensación de frotarse contra la erección húmeda de su medio hermano, chorreando líquido seminal, fue demasiado para él.
Nolofinwë no tardó en correrse como un adolescente, y su semilla pintó las manos y camiseta de su medio hermano. Fëanáro, por su parte, bombeó unas cuantas veces más – extrayendo de Nolofinwë nuevos chorros de semen – y él, también, cerró los ojos antes de correrse con un gruñido. Nolofinwë se aprovechó de la boca que se abría en placer delante suyo, despreocupado con el semen que les manchaba las ropas a los dos, y la poseyó una vez más, recorriendo con su lengua toda la cavidad caliente e inigualable. Su corazón amenazó explotar de felicidad cuando Fëanáro devolvió el beso despacio, mordiéndole el labio inferior con pasión inesperada.
“Quédate,” su medio hermano murmuró cuando sus bocas se separaron.
No había otra respuesta a no ser volver a besarlo con toda su alma.
***
Las llamas subían y el humo apagaba la luz de las estrellas. A su lado, Maitimo miraba los barcos con incredulidad. Había traicionado a su hijo, y quizás Maitimo no le perdonase jamás.
Pero la noche antes de que robaran los barcos, Nolofinwë le juró una vez más que le seguiría hasta los infiernos de Angband si ése era su destino, y Fëanáro no podía permitírselo. Antes de llamarle a su hermano a su tienda aquella noche, Fëanáro había previsto, a través de su Palantír, la muerte terrible que encontraría su hermano si llevase a cabo su promesa.
¡Y Fëanáro no se lo iba a permitir!
Tras una noche de pasión de la cual nunca se iba a olvidar – la noche en que se olvidó su propio nombre con el sudor y el amor de su medio hermano llenándole la nariz, la carne, la sangre, tras sentirse como el viento con su aliento – Fëanáro juró a sí mismo que iba a salvar a Nolofinwë de un destino cruel. Nolofinwë podría volver a Tirion y gobernar como el Rey que deseaba ser.
Con tanto que Nolofinwë se salvara, a Fëanáro no le importaba nada más.
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