Antes de la tormenta by firstamazon
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Summary:
Fingon y Fingolfin tienen una conversación a las vísperas de la Batalla de la Llama Súbita.
Major Characters: Fingolfin, Fingon
Major Relationships: Fingolfin & Fingon
Artwork Type: No artwork type listed
Genre: Drama, Family, Ficlet, General
Challenges:
Rating: General
Warnings:
Chapters: 1 Word Count: 1, 726 Posted on 7 June 2023 Updated on 7 June 2023 This fanwork is complete.
Antes de la tormenta
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Fingon respiró hondo, dejando que el aire frío de la noche le llenase los pulmones antes de volver adentro. Hacía sólo una semana que sus dos hermanos se habían ido hacia los Valar sabían dónde, y ni siquiera una nota de despedida fueron capaces de escribir.
Una rabia roja le cegó momentáneamente, y Fingon respiró una vez más de modo que pudo sentir como sus manos, despacio,se soltaban del raíl de su barandilla. Cuando ya no podía aguantar más, fué camino a la habitación de su padre a pasos largos.
Llamó una vez y, al comando, entró, cerrando la puerta tras de sí.
Su padre estaba encorvado sobre una pila de papeles, mapas, libros... Por un momento le pareció tan viejo como el más anciano de los Edain, y el pensamiento le hizo un nudo en la garganta. Pero cuando Fingolfin levantó la cabeza y sus ojos se encontraron, era de nuevo el Alto Rey de los Eldar, altivo y magnánimo como una estrella fugaz.
Fingon no pudo dejar de sonreír ante la imagen mental.
“¿Qué pasa? ¿Algo va mal?” Le preguntó Fingolfin con el ceño fruncido.
“¡No! No, para nada,” empezó a su modo ligero y despreocupado. Pero era mentira, y Fingon no sabía mentir - mucho menos a los que amaba.”Bueno, quería saber qué tal estabas.”
Pero la preocupación no dejó los ojos de Fingolfin. Al revés. Su padre indicó que se sentara delante suya, y Fingon así lo hizo - era una invitación para hablar, más que para sentarse.
Fingolfin puso los papeles a un lado y Fingon sonrió. Su padre nunca había puesto el trabajo por delante de la familia, y ni siquiera la guerra le había cambiado las costumbres.
“¿Y esa risilla tonta a qué viene?” Fingolfin preguntó con una media sonrisa en los labios.
“Te dije que no es nada,” contestó, encogiendo los hombros. “Sólo que me gusta estar contigo, en familia.”
El semblante de Fingolfin cambió al instante, y bajó la mirada, la sonrisa desvanecida. “Sí, la familia. Ojalá yo pudiera haber mantenido la mía a mi lado.”
Fingon sintió un nudo subirle a la garganta. Se inclinó en la mesa y puso una mano sobre las manos fuertes de su padre. “Me tienes a mi.”
Fingolfin le pidió la otra mano, y las apretó fuerte. “Te tengo a ti, estrellita.”
Fingon se rió del apodo de su niñez. “Creo que he dejado de ser una estrellita hace tiempo.”
“Es cierto,” Fingolfin asintió con la voz baja y una sonrisa medio triste. “Eres la estrella candente y brillante de nuestro pueblo; a quien todos aman y quieren seguir.”
No le gustó a Fingon el tono sombrío de aquellas palabras. “Pero si yo soy eso, tú entonces ¡eres la estrella permanente de todos los Elfos!” Intentó dar a su voz el tono ligero que siempre le hacía reír a su padre, pero Fingolfin suspiró y no le miró a los ojos.
“Ya no sé más lo que soy, hijo mío.”
“¡Te lo estoy diciendo, papá!” Su voz ganó emoción a la vez que firmeza, y apretó aún más las manos callosas que tenía entre las suyas. “¡Eres nuestro sol! No sabríamos vivir sin ti. Yo no sabría vivir sin ti.”
Tragó las lágrimas que insistían en brotar, intentando, con toda su fuerza de voluntad, no hacer de las palabras de su padre más de lo que eran. Fingolfin le miró profundamente a los ojos, y en el fruncir de su ceño, Fingon leyó todo el amor que su padre sentía por él, y toda la confianza.
Fue el turno de Fingon de bajar la mirada. Su padre le tenía en demasiada alta estima y Fingon no era el hijo perfecto que Turgon siempre fue. Él, al revés, era imprudente, impulsivo, bocazas... Sin contar que, al contrario que su hermano, Fingon jamás produciría un heredero para la Casa de Fingolfin.
“Deja de pensar en lo que estás pensando,” Fingolfin le reprendió con dulzura.
Fingon resopló como quien fuera a contestar, pero su padre le soltó de las manos y se levantó para coger del armario una botella de vino y dos vasos.
“Y yo sé que preferías que Turno e Írissë estuvieran con nosotros,” dijo con sinceridad.
Fingolfin se quedó a medias, las manos suspendidas en el aire. Volvió la cabeza por encima del hombro y miró a Fingon, los ojos azules brillando como gemas fugaces a la luz de la chimenea.
“Claro que quería que estuvieran aquí, a nuestro lado, bajo mi protección y donde les pudiera ver siempre.” Respiró hondo. “Pero tu hermano cree que tiene una misión, y no seré yo quien le contradiga.”
“No serás tú- ¡Por Eru, papá! Si hay alguien que le puede decir algo a Turukáno ¡eres tú! ¡Eres el Rey de los Noldor!” Golpeó la mesa con fuerza. “Es un idiota si cree que puede gobernar sin responder ante ti.”
Fingolfin le echó una de esas miradas que le solían callar cuando era niño. “Sí, yo soy el Rey, pero no puedo ir en contra de la voluntad de tu hermano.” Volvió a su lugar y le dio la copa llena hasta casi rebosar, y dio un sorbo largo en su propio vaso antes de continuar. “Si él quiere encontrar refugio en otra parte porque así cree que protegerá a Idril, que así sea. Yo haría lo mismo por cualquiera de vosotros si estuviese en su lugar.”
Fingon resopló con desdén. “Tú nunca estarías en su lugar porque nunca escucharías ciegamente un consejo de los Valar.”
Su padre meneó la cabeza, como si estuviese inseguro de su respuesta.
“¡No me digas que les harías caso!” Su voz resonó indignada por la habitación.
La boca de Fingolfin se retorció, enojada, pero enseguida suspiró. “Yo nunca fui mucho de premoniciones. Arafinwë sí, y sus hijos, pero… no sé qué haría en su lugar, Finno. Tu hermano me dijo que escuchó la voz de Ulmo claramente, no como en un sueño, y que la visión fue tan real que no cabía dudas, que había que buscar un refugio de donde vendría la salvación de todos los Eldar”
Suspiró nuevamente, y a Fingon le apenó ver a su padre en sufrimiento.
“Le has perdonado.” No era una pregunta.
Fingolfin frunció el ceño pero no vaciló . “Sí, le perdoné. Obviamente le perdoné. Os perdonaría a todos cualquier cosa.”
Fingon se tragó las palabras que sabían a sangre. Alqualondë quedó innombrada, pero no hacía falta traer memorias tan amargas a la luz.
“E Írissë?”
Fingolfin puso una cara de irritado. “Tu hermana es arisca como un gato salvaje, y no habría manera de mantenerla encerrada en el palacio, ¡en Hithlum, siquiera!”
La verdad en las palabras hizo reír a Fingon.
“Además, Írissë aún tiene asuntos pendientes con tus primos, y no creo que esté tranquila hasta que los resuelva.”
“O sea, hasta que le corte la cabeza a Turko.”
“Más bien las bolas,” su padre murmuró, y los dos se miraron seriamente antes de compartir una larga y sonora carcajada.
“Pues yo no,” dijo seriamente, y su padre inclinó la cabeza, confundido. Siguió, entonces: “Yo no he perdonado a Turno, y no creo que eso jamás suceda.”
“Jamás es una palabra demasiado larga, hijo,” Fingolfin dijo con tono pacificador “Además, tú no sabes si él ya nos perdonó por lo que hicimos por Fëanáro y sus hijos.”
Fue el turno de Fingon de fruncir el ceño tan fuerte que sintió las marcas en su frente. Mordisqueó el labio inferior, pensativo.
“Creí que ya habíamos dejado todo eso atrás, pero parece que nuestros crímenes y nuestra maldición nos seguirán donde vayamos.”
Fingolfin le tocó el brazo suavemente. “Pues entonces imagina que tu hermano vio una salida a todo eso y la cogió con ambas manos. Intenta perdonarle.”
Fingon resopló, una respuesta dura ya en la punta de la lengua sobre cómo Turgon nunca le había perdonado por haberse hecho el mejor amigo de Maedhros y eso le había amargado y se les había estropeado la relación tan buena que tenían cuando eran pequeños. Mucho menos que la muerte de Elenwë fuera el colmo del odio de Turgon por los hijos de Fëanor y que Fingon, por haberle salvado la vida a Maedhros, también era el culpable. No obstante, Fingolfin le cortó los pensamientos apretando su antebrazo cariñosamente.
“Yo sé que crees que no eres suficiente, pero lo eres, mi hijo. Lo eres. Todo y más.”
Fingon bajó la mirada. Sí, esa era el meollo de todo, ¿no era así? Su padre, como siempre, había clavado lo que yacía en lo más hondo de su corazón.
“Me alegro que estés aquí conmigo, Finno, y te agradezco la lealtad.”
“No seas ridículo, papá. Yo te quiero, ¿cómo no te voy a ser leal?”
La sonrisa triste de Fingolfin le dijo que era justamente esa lealtad que había esperado de sus hermanos, que prefirieron resolver sus problemas y curar sus heridas sin su ayuda. Sin él. Rabia y enojo por los dos desaparecidos subió por su garganta, y Fingon tuvo que luchar contra las lágrimas de nuevo. Sus hermanos eran unos cabrones por haberle hecho daño a su padre, y creía que jamás les perdonaría la traición.
“Finno, para,” la voz baja de Fingolfin hizo que alzara la mirada hacia él. “No sigas por ese camino. Perdónales, y cuenta con ellos. Tus hermanos volverán cuando sea el momento. Estoy seguro de eso.”
“Dijiste que no eras de premoniciones,” Fingon contestó como el cabezota que era, pero Fingolfin se rió bajito.
“Y no lo soy. Pero yo sé, con toda mi alma, que no te abandonarán.”
“Nos abandonarán,” le corrigió sin pensar.
Pero Fingolfin no respondió.
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